viernes, 18 de julio de 2014

Historia sin nombre todavía. Prólogo.

*Hace 8 años...*
La niña no debería estar despierta, sólo tiene 8 años y ya es hora de irse a dormir, pero no hay nadie en casa para obligarla. Arrastra sus descalzos pies hasta la cocina, un vaso de leche caliente le sentará bien, la tranquilizará. Llega a la cocina y se frota los ojos, dañados por el súbito encuentro con la luz de la habitación. Se acerca a la nevera y saca de ella el brik de leche, vierte un poco en un vaso que después mete en el microondas.
Mientras espera a que se caliente la leche, la pequeña de pelo y ojos negros oye ruidos en el salón de la imponente mansión, alguien llora, alguien sufre... La muchacha se levanta y camina por el pasillo hasta detenerse en la puerta del salón. ¿Se atreverá a  abrir la puerta sabiendo que se supone que está sola en casa? Parece que sí, porque el frío pomo ha girado, y la puerta ya no está cerrada.
Inspecciona la habitación: aparentemente no hay nada. Aparentemente, claro está, ya que después de tres minuciosos vistazos la niña encuentra lo que busca: Una figura de aspecto humano llora en silencio, arropada por la oscuridad. Ni corta ni perezosa, nuestra joven ''protagonista'' se acerca y descubre a algo parecido a un chico encorvado abrazándose las rodillas.
Tiene el cuerpo y la cara de un chico normal de unos 17 años de pelo negro, pero hay algo extraño en él: posee cola y orejas de gato de un suave color ceniza con pequeña motas blancas; la pupila de sus ojos, azules como una flor de nomeolvides, es como la de un felino; va vestido con una sudadera roja algo raída y con unos pantalones oscuros. Por alguna razón, el echo de que esté descalzo y llorando hace que la joven sienta compasión hacia él.
- ¿Por qué lloras? - Dice la pelinegra sentándose delante suya.
El ''chico'' mira a la pequeña por primera vez y, al hacerlo, la chiquilla, sin ser del todo consciente, lo comprende: aquellos seres que deberían haberle protegido, que deberían haberle mostrado cariño y afecto... Aquellos seres lo desprecian, consideran su presencia como un insulto... Aquellos seres a los que debería llamar familia lo han abandonado para siempre. 
- ¿Cómo te llamas? - Sigue la pelinegra, parece no darle importancia al  aspecto del muchacho.
- A-Astaroth... ¿Y t-tú? - Responde éste sonrojado, suena como si no hubiese dicho su nombre en años.
- Yo soy Nonny, pero puedes llamarme como quieras. - Contesta concluyendo con una sonrisa.
- V-vale... - Astaroth sonríe secándose las lágrimas con la manga, la pelinegra se da cuenta de que tiene los colmillos muy puntiagudos, aunque uno es notablemente más largo que el otro.
¡DING! Suena a lo lejos, y entonces Nonny se acuerda, ¡el microondas! ¡la leche! ¿Sería correcto invitar a Astaroth? Teniendo en cuenta que hasta hae unos minutos estaba llorando, sea lo mejor. 
- Oye, Rothy, ¿te puedo llamar Rothy? ¿quieres un poco de leche?
- S-sí, gracias.
Astaroth se muestra muy agradecido, aunque, cómo no estarlo, es la primera amiga que tiene en 164 años de existencia. Aunque ni él ni Nonny saben todavía lo importantes que van a ser el uno para el otro, mientras beben la leche en el aire perfura una pregunta que nunca dejará de perseguir a la chica.
¿Qué habría pasado si no se hubiera atrevido a abrir esa puerta?